Así lo describió el señor Rector.
ARTE RELIGIOSO CONTEMPORÁNEO
El arte ha sido siempre una de las expresiones más importantes del ser humano, la que mejor ha mostrado qué es el hombre al hombre. Cuando el hombre no sabía escribir, posiblemente cuando no sabía hablar, el arte le indicaba su relación con la naturaleza, consigo mismo, con la divinidad. Más aún, en el progresivo descubrimiento de la divinidad, el ser humano no tuvo otro remedio que refugiarse en el arte, para poder decir lo que la divinidad significaba para él, para poder expresar y hacer cercana su relación con la trascendencia que intuía en la naturaleza y en el fondo de su alma.
Por eso el arte religioso a lo largo de la historia ha ido representando lo que Dios es para el hombre. Arte que consiste en aferrar del cielo del espíritu sus tesoros y revestirlos de palabra, de colores, de formas, de accesibilidad (Pablo VI). Y en un momento de la historia de esta relación, Dios dejó de representarse en imágenes, El mismo se hizo una imagen, y se la hizo en Jesús de Nazaret, al que todos los cristianos confesamos como Hijo verdadero de Dios. El es, dirá su discípulo Pablo, la Imagen del Dios invisible. Y a partir de ese momento, el arte religioso cambia, no sólo para expresar, sino también para escuchar. Para escuchar lo que Dios le dice al hombre. Y de ese modo las imágenes empiezan a expresar lo que Dios piensa del hombre y lo que Dios le ha dicho al hombre que El es. De este modo, el arte religioso da un brinco de cualidad, que atraviesa toda la historia y que lo legitima ante todos los siglos de la historia. También nuestra época necesita expresar con sus rasgos propios lo que escucha de Dios, lo que sabe de Dios, lo que cree de Dios. Por eso hay un arte religioso contemporáneo. Un arte que quiere hablar al hombre de Dios, de quien es el Señor que lo acompaña en la historia, que le sigue tendiendo la mano como lo hizo en los amaneceres de Galilea hace dos mil años.
Por eso me da mucho gusto prologar este libro de ARTE RELIGIOSO CONTEMPORANEO recopilación de los trabajos realizados en el taller de artes plásticas de Jaime Dominguez, durante el periodo comprendido entre los años 1988 a 2010, así como el trabajo de otros que han querido con su talento expresar por medio de obras de arte los contenidos del evangelio, como testimonio del paso de Dios en sus vidas de artistas, y como fruto de la comprensión del arte utilizada sabiamente para comunicar el inmutable mensaje de la salvación a través de nuevas epifanías de la belleza ofrecidas al mundo a través de la creación artística. Ellos son: Claudio Pastro, Miguel Ángel Ruíz Matute, Yo Iwashita, Sadao Watanabe, Ignacio Orendaín K., Fray Gabriel Chávez O.S.B., Fr. Maur Van Doorslaer, Mauricio Siller, Creator Mundi, Egino Weinert. Esta maravillosa colección de obras, de artistas, está enmarcada con riquísimos textos de los dos últimos pontífices de la Iglesia Católica, Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Mi primer contacto con Jaime fue un cuadro llamado Getsemaní en el que se presentaba algo totalmente novedoso para mí. No era lo que yo esperaba, era un cuadro que me dejaba inquieto, que me expresaba la tremenda turbación del alma del grupo de los discípulos de Jesús en un montón de sillas angustiosamente desordenadas en el primer plano. Entre las sillas, unas líneas blancas iban formando un grupo de cruces, presagios de un via crucis que el Maestro de Nazaret estaba a punto de comenzar, y al fondo tres grandes símbolos como un único horizonte, una muralla, la muralla del poder con el que se enfrentaría Jesús, una montaña, la que tendría que subir Jesús para orar entre los olivos, la que tendría que subir Jesús para morir en la cruz, y un sol que nace, como promesa de que después de la noche de Getsemaní, vendrá una luz maravillosa a decir a los hombres que vive aquel que estaba entre los muertos.
A partir de ese momento, no he dejado de seguir la obra de Jaime, sobre todo su movimiento hacia el arte icónico, el arte que refleja lo divino, con nuevos motivos, con nuevos símbolos que traen, del pasado cristiano, la hondura de la fe y que expresan, de modo inteligible para el hombre de hoy, el primer encuentro con la imagen del divino en las representaciones de Cristo o de la Trinidad, con la imagen del divinizado (santo) en las representaciones de los santos y también la profundidad de quien va leyendo despacio todo lo que está dentro del misterio, a base de fijarse en los detalles, en las provocaciones, en los símbolos, con una visión que se hace pormenor y conjunto para ahondar en la propia fe, en la comprensión del mundo, de uno mismo y de Dios.
Precisamente porque este arte es del hombre de hoy, es que Jaime no solo nos ofrece una colección de trabajos, sino que también pone ante nuestra mirada la invitación a la reflexión sobre dos aspectos especiales del momento actual, el misterio del dolor por la fe que la hace sublime, solemne, grandiosa, y el misterio de la banalización de la fe, que por quererla hacer cercana la hace superficial, banal, irreverente, utilitaria. A cada una de estas dimensiones se le ha dado un nombre, el primero “La gran tribulación”, como reflejo de los hombres y mujeres que ante el paganismo sistemático de la mitad del siglo pasado fueron testigos valientes de su fe en Jesucristo. Algunos son conocidos de modo sobrado, pero la gran mayoría quedarán solo en el recuerdo de la mano poderosa y providente de Dios.
Pero en los que conocemos se refleja el rostro de cada uno de los millones de cristianos que sufrieron regímenes que, borrándolos a ellos, querían borrar el nombre de Dios.
El segundo, tiene como título DESCONTEXTART, una palabra para indicar que se trata de un arte sacado de su contexto, de un arte que no eleva a la persona hacia Dios, sino que, de alguna manera, fetichiza los objetos, las imágenes religiosas, este es un movimiento del mundo moderno que por una parte refleja la necesidad del ser humano de algo más que él mismo, de sentirse protegido por algo que no se sabe bien qué es, pero que se considera poderoso ante los riesgos de la cultura moderna, ante las inseguridades que genera. Eso se manifiesta en el uso de objetos que de por si tienen una finalidad religiosa, pero que acaban por ser usados para otra cosa totalmente ajena al motivo para el que fueron creados. Es interesante esta colección porque pretende que tomemos conciencia de lo fácilmente que podemos desvirtuar el misterio encerrado en la imagen religiosa, en vez de convertirla en experiencia de lo trascendente y camino hacia lo sublime.
El arte religioso de este grupo de artistas sigue el camino del Dios de la revelación cristiana que se arraiga en las manifestaciones que El quiso tener en la alianza con el pueblo de Israel en el Antiguo Testamento. Dios no quiso hablar solo en conceptos, en teorías. El quiso manifestarse en obras, y cada una de las obras de la creación es una pincelada que refleja la presencia y la esencia de Dios. De un modo especial, esto sucedió en la más excelsa de las criaturas que Él puso en este mundo que conocemos, el ser humano, el único en toda la creación material que fue hecho a su imagen y semejanza. Dios es el primer artista religioso, es el primero en representar en seres que son materiales su propia esencia. De aquí que el artista religioso a través de su trabajo es en cierta manera un instrumento de Dios para predicar y hacer accesible y comprensible, es más, conmovedor, el mundo del espíritu, de lo invisible, de lo inefable, de Dios.
Por todo ello, no puedo sino congratularme con el panorama artístico que tiene el lector en sus manos. Congratularme porque en un siglo que parecería reducido a la tecnología, a lo que se cuenta y se pesa, hay una ventana del espíritu que con suavidad vuelve a introducir en nuestra atmósfera, ante nuestra visión, la presencia del misterio, de la trascendencia, de lo que no se puede sumar o restar, de lo que nos hace más humanos, porque nos llena de la experiencia de un Otro, que en la imagen plástica se hace Dios con Nosotros, Immanu-El, la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación.
P. Cipriano Sánchez L.C.
México 2012